viernes, 27 de febrero de 2015

Carta a la comunidad educativa D175 San joaquin

En el marco del inicio del nuevo ciclo lectivo 2015, planteando desde la Rectoría del Instituto D 175 San Joaquín, proyectamos la ruta a seguir del Papa Francisco, con la Teología del Pueblo de Dios.
Es de remarcar que tendremos que ir tomando conciencia y haciendo carne, viviendo lo propuesto,  el planteo es:  el Evangelio mismo, la opción preferencial por los pobres y la atención de los mismos.
El Papa  hace una severa advertencia a los que mas tienen, sobre el deber que tienen de ayudar. No solo se refiere a la pobreza material si no también a toda otra pobreza. Desde la institución y el planteo que he hecho desde el inicio de mi gestión, fue siempre el de la Doctrina Social de la Iglesia Católica.
Hoy mas que nunca pretendo poder llevar adelante este desafío educando en el amor y atendiendo a la realidad de pobreza estructural que existe y no podemos seguir mirando para otro lado.
Estas simples palabras son para invitar a los docentes, padres y alumnos a vivir este planteo. Uno solo no puede, las cosas se hacen en comunidad y con el Evangelio que es Cristo mismo.
Saludos atentamente a todos.


                                                                                                   Rector. Prof. Juan Ernesto Dumoulin  

Aspectos diversos de la inculturación, planteado por la teología del pueblo de Dios


La inculturación repercute profundamente en todos los aspectos de la existencia de la Iglesia. Retengamos aquí lo que afecta a su vida y su lenguaje.
En el campo de la vida, la inculturación consiste en que las formas y figuras concretas de expresión y de organización de la institución eclesial correspondan, del modo mejor, a los valores positivos que constituyen la personalidad de una cultura. Consiste también en una presencia positiva y un compromiso activo con respecto a los problemas humanos más fundamentales que existen en ella. La inculturación no es solamente tomar en cuenta tradiciones culturales, es también una acción al servicio de todo el hombre y de todos los hombres; penetra y transforma todas las relaciones; estando atenta a los valores del pasado, mira también al futuro.
En el campo del lenguaje (entendido aquí en el sentido antropológico y cultural), la inculturación consiste, en primer lugar, en el acto de apropiación del contenido de la fe en las palabras y las categorías de pensamiento, los símbolos y los ritos de una cultura dada. Exige después la elaboración de una respuesta doctrinal, a la vez, fiel y nueva, constructiva, pero postuladora de la conversión, frente a los problemas nuevos de pensamiento y de ética, ligados a las aspiraciones y a los rechazos, a los valores y a las desviaciones de esta cultura.
Si las culturas son diversas, la condición humana es una; por ello, la comunicación entre las culturas no sólo es posible, sino necesaria. Así, el evangelio, que se dirige a lo más profundo del hombre, tiene un valor transcultural y su identidad debe poder ser reconocida de cultura en cultura. Esto requiere la apertura de cada cultura a las otras culturas. Baste recordar aquí estas palabras de la exhortación apostólica Catechesi tradendae: «Podemos aseverar que tanto a la catequesis como a la evangelización en general se le propone introducir la fuerza del evangelio en lo más íntimo de la cultura y de las formas de la misma cultura»[36].
Por su presencia y su compromiso en la historia de los hombres, el nuevo pueblo de Dios es conducido siempre hacia situaciones nuevas. Tiene, por tanto, que retomar sin cesar el esfuerzo de anunciar el evangelio en el corazón de la cultura y de las culturas. Hay, sin embargo, situaciones y épocas que exigen un esfuerzo particular. Así sucede hoy, especialmente, para la evangelización de los pueblos de Asia, de África, de Oceanía, de América del Sur e del Norte. Sean iglesias nuevas o Iglesias ya más antiguas, estas Iglesias, que podemos llamar «no europeas», se encuentran en una situación particular con respecto a la inculturación. Los misioneros que han llevado el evangelio transmitieron inevitablemente con él elementos de su propia cultura. Por definición no podían hacer lo que debía ser tarea propia de los cristianos que viven en las culturas recientemente evangelizadas. Corno lo ha señalado Juan Pablo II ante los Obispos del Zaire, «la evangelización comporta etapas y profundizaciones»[37]. Por esto, parece que ha llegado el momento en que bastantes Iglesias no europeas, tomando conciencia por vez primera de su propia originalidad y de las tareas que les incumben, deben crearse, en los campos de la vida y de la palabra, nuevas formas de expresión del único evangelio. Sean las que fueren las dificultades que encuentren estas comunidades y las dilaciones necesarias para tal empresa, el esfuerzo que ellas llevan adelante en comunión con la Santa Serle y con la ayuda del conjunto de la Iglesia se muestra decisivo para el futuro de la evangelización.
En esta tarea global, la promoción de la justicia, sin duda, no es más que un elemento, pero un elemento importante y urgente. El anuncio del evangelio debe asumir el reto tanto de las injusticias locales como de la injusticia planetaria. Es verdad que en este campo se han manifestado ciertas desviaciones de naturaleza político-religiosa. Pero tales desviaciones no deben llevar al recelo o al olvido de la tarea necesaria de la promoción de la justicia. Muestran más bien la urgencia de un discernimiento teológico fundado en instrumentos de análisis tan científicos como sea posible, sometidos siempre a la luz de la fe[38]. Por otra parte, como las injusticias locales son muy frecuentemente solidarias de la injusticia planetaria sobre la que llamó vigorosamente la atención el papa Pablo VI en Populorum progressio, la promoción de la justicia concierne a la Iglesia católica extendida en el universo entero, es decir, requiere la ayuda mutua de todas las Iglesias particulares y la ayuda de la Sede de Roma.


Puebla relee a esta constitución y cambia el ángulo de enfoque de su comprensión de la cultura.
La Teología del Pueblo no pasa por alto los acuciantes conflictos sociales que vive América Latina, aunque, en su comprensión de “pueblo”, privilegie la unidad por sobre el conflicto (prioridad, luego, repetidamente afirmada por Bergoglio). No toma la luchadeclasescomo”principio hermenéuticodeterminante” de la comprensión de la sociedad y la historia3, pero da lugar histórico al conflicto —aun al conflicto de clase—, concibiéndolo a partir de la unidad previa del pueblo. De ese modo, la injusticia institucional y estructural es comprendida como traición a este por una parte del mismo, que se convierte así en antipueblo.

1 Cf. Enrique C Bianchi, Pobres en este mundo, ricos en la fe: La fe de los pobres en América Latina según Rafael Tello, Buenos Aires, Ágape, 2012.
1 En las dos primeras partes del presente trabajo retomo párrafos de mi artículo: “Aportaciones de la teología argentina del pueblo a la teología latinoamericana”, en: Sergio Torres 6.-Carlos
Abrigo O. (coords.), Actualidad y vigencia de la teología latinoamericana. Renovación y proyección, Santiago, Chile, U. Católica Silva Henríquez, 2012, pp. 203-225. con Pablo VI a la piedad “de los pobres y sencillos” (Evangelü
Nuntiandi{i975),¿i8). Sin embargo, cualquier contraposición es solo aparente si estimamos que, al menos de hecho en América Latina, son estos últimos quienes preservan mejor la cultura común, susvaloresysímbolos (aun religiosos), losque por su propia esencia tienden a ser compartidos ampliamente, pudiendo constituir en nuestros países el germen —en los no pobres— de una conversión para lograr la liberación de todos.

Por ello, la religión del pueblo, si está auténticamente evangelizada, lejos de ser opio, no solo tiene un potencial
evangelizador, sino también de liberación humana, como en los hechos lo ha mostrado la lectura popular de la Biblia.
De ahí que la reunión episcopal de Puebla sea considerada como una auténtica continuación de la efectuada en Medellín,
aunque haya tomado de la exhortación Evangelü Nuntiandi (1975) aportes nuevos sobre evangelización de la cultura y
piedad popular. Se puede probar que el Sínodo de 1974 abordó el tema de la evangelización bajo el influjo de la Teología del Pueblo, tanto gracias a obispos latinoamericanos como a quien luego sería el cardenal Eduardo Pironio.

Resumen de la Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), del Papa Francisco




“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”
“¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano”
“Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados […] no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador”
“La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no solo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que solo podrá llevarla a nuevas crisis”
“Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades”
“Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes”


¿Una corriente dentro de la teología de la liberación, como hoja de ruta del Papa Francisco?


En 1982 distinguí cuatro corrientes en la Teología de la Liberación latinoamericana7. Entre ellas, situé a la Teología del Pueblo, nombre que le puso Juan Luis Segundo al criticarla, pero que también adoptó Sebastián Politi al propugnarla. Gutiérrez la caracteriza como “una corriente con rasgos propios dentro de la Teología de la Liberación” y Roberto Oliveros la reconoce como una vertiente de esta, denominándola peyorativamente “teología populista”. Luego, la mencionada clasificación —que, por cierto, no es la única posible—, fue aceptada por teólogos de la liberación, como Joáo Batista Libánio, y por sus críticos, como Methol y Antonio Quarracino al presentar la instrucción
Libertatis Nuntius (1984)8.
Entre los”rasgos propios” mencionados porGutiérrez,además de los de carácter temático señalados por míen la primera
parte de este artículo, se dan otros de índole metodológica relacionados con los primeros: el uso del análisis históricocultural, privilegiándolo porencima del socio-estructural (que no es desechado); el empleo —como mediación para conocer la realidad y para transformarla— de ciencias más sintéticas y hermenéuticas, como la historia, la cultura y la religión, completando así el espectro de ciencias analíticas y estructurales; el mencionado enraizamiento de dichas mediaciones científicas en un conocimiento y discernimiento sapienciales por “la
connaturalidad afectiva que da el amor” (Evangelü Gaudium 125) que, a su vez, las confirma; un distanciamiento crítico del método marxista de análisis social y de las categorías de comprensión y estrategias de acción que le corresponden.

Las dos Instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1984 y 1986 ayudaron a prevenir posiciones extremas.
Por su parte, Juan Pablo II, en su mensaje del 9 de abril de 1986 a los obispos del Brasil, dio reconocimiento eclesial a la Teología de la Liberación no solo como “oportuna, sino [como] útil y necesaria”, y como “una etapa nueva” en la reflexión teológicosocial de la Iglesia, con tal que esté en continuidad con esta9.
Llamó la atención el gesto del Papa de hacerse bendecir por el pueblo casi inmediatamente después de presentársele. No nos admiró a quienes conocíamos su aprecio teológico por el “pueblo fiel de Dios”, aprecio que implica una manera específica de concebir la Iglesia.

Teología de la liberación del pueblo de Dios propuesta por el Papa Francisco ¿Que es pueblo de Dios?

. «Pueblo de Dios»  tiene una significación que no se descubre con un primer examen. Como toda expresión teológica, exige reflexión, profundización y clarificación para evitar las interpretaciones falsas. Ya a nivel lingüístico el término latino «populus» no parece ser capaz de traducir directamente el laos griego de la Biblia de los «Setenta».
Laos es un término que en los «Setenta» tiene un sentido muy preciso, sentido no sólo religioso, sino incluso directamente soteriológico y destinado a encontrar su cumplimiento en el Nuevo Testamento.
Ahora bien, Lumen gentium supone el sentido bíblico del término «pueblo»; éste es retomado por la Constitución con todas las connotaciones que le han conferido el Antiguo y el Nuevo Testamento. En la expresión «pueblo de Dios», el genitivo «de Dios» da, por lo demás, su alcance específico y definitivo a la expresión, situándola en su contexto bíblico de aparición y de desarrollo. Esto tiene como consecuencia que debe excluirse radicalmente una interpretación del término «pueblo» en un sentido exclusivamente biológico, racial, cultural, político o ideológico.
El «pueblo de Dios» procede «de arriba», del designio de Dios, es decir, de la elección, de la alianza y de la misión. Esto es verdadero, sobre todo si consideramos que Lumen gentium no se limita a proponer la noción veterotestamentaria de «pueblo de Dios», sino que la supera hablando del «nuevo pueblo de Dios»[16]. El nuevo pueblo de Dios está constituido por los que creen en Jesucristo y han «renacido» porque han sido bautizados en el agua y en el Espíritu Santo (Jn 3, 3-6). El Espíritu Santo «por la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer y renueva incesantemente a la Iglesia»[17].

Así la expresión «pueblo de Dios» recibe su sentido propio, de una referencia constitutiva al misterio trinitaria revelado por Jesucristo en el Espíritu Santo[18]. El nuevo pueblo de Dios se presenta como la «comunidad de fe, de esperanza y de caridad»[19], de la que la Eucaristía es la fuente[20]: la unión íntima de cada creyente con su Salvador y también la unidad de los fieles entre sí constituyen el fruto indivisible de la pertenencia activa a la Iglesia y transforman toda la existencia del cristiano en «culto espiritual». La dimensión comunitaria es esencial en la Iglesia para que en ella puedan ser vividas y compartidas la fe, la esperanza y la caridad, y para que esa comunión, habiendo alcanzado el «corazón» de cada creyente, se extienda también a un plano de realización comunitaria objetivo e institucional. La Iglesia está también llamada a vivir, en este plano social, en la memoria y la espera de Jesucristo, y a anunciar la buena nueva a todos los hombres.


Conceptos puntuales de lo que se entiende por pueblo y su influencia en la Iglesia.

"Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan
su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos" (EvangelüGaudium 236). Sin emplear la palabra, el Papa apunta a la interculturalidad.
Anteriormente, el papa Francisco había ofrecido la fundamentación trinitaria de lo dicho: "El mismo Espíritu
Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo. Él es quien suscita una múltiple
y diversa riqueza de dones y, al mismo tiempo, construye una unidad que no es nunca uniformidad, sino multiforme
armonía que atrae" (ibid., 117).
Un ejemplo patente de convergencia con la Teología del Pueblo lo ofrece Evangelü Gaudium cuando, citando el Documento
de Puebla 450 (y 264) concluye que, mediante su piedad popular, "el pueblo se evangeliza constantemente a sí mismo", si se trata de pueblos "en tos que se ha inculturado el Evangelio" (Evangelü Gaudium 122; cf. 68). Pues cada uno de ellos "es el creador de su cultura y el protagonista de su historia. La cultura es algo dinámico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación transmite a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que esta debe reformular frente a sus propios desafíos" (ibid.).
Entonces, "en su proceso de transmisión cultural también transmite la fe de maneras siempre nuevas; de aquí la importancia de la evangelización entendida como inculturación. Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes" (ibid.). Notemos que no habla de una mera trasmisión cultural externa, sino de un testimonio colectivo vivo. Por ello añade: "Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es
el agente principal" [ibid.).